Mi amiga Cintia

Publicado el at 10:18 am
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No recuerdo específicamente cuando fue la primera vez que la vi. Sí recuerdo a la perfección la primera vez que me di cuenta lo especial que era. Bastaron unos minutos, alrededor de una mesa, para comprobar la calidad de persona que era y que mi relación con ella, sería excelente.

Ricardo Maturana opinion
Ricardo Maturana
Periodista

Mi amiga Cintia era divertida, graciosa, amable, cariñosa y aunque aparentaba cierta ligereza en su forma de ser, tenía una fortaleza admirable. Desde niña –por lo que he sabido- fue algo díscola, entendiendo esta palabra como quien no se comporta con docilidad, desobediente si se quiere. Pues bien, Cintia no fue dócil ni obediente y eso la hacía tan maravillosa. No tenía pelos en la lengua, decía lo que pensaba, no se dejaba pasar a llevar, pero –aunque no lo parezca- sabía ubicarse. Es que más allá de su “locura sin filtro” y simpatía, fue una dama, siempre “topísima”.

Cintia tenía la capacidad de hacer notar su femineidad. Como dije, era una dama, y esa cualidad la demostraba al hablar, al caminar y al moverse con gracia. Pero mi amiga no solo se quedaba en eso, pues también tenía un corazón generoso y solidario. Fue una gran hija, que supo apoyar a sus padres cuando lo necesitaron, y una hermana solidaria, compañera y amiga. Como mamá supo darle lo mejor a su hija y llenarla del amor que necesitó y ser una gran esposa.

Desde aquella tarde de mayo de hace ocho años, cuando entendí lo maravillosa que era, Cintia demostró que no estaba equivocado. Pese a la distancia que las circunstancias de la vida provocaron, jamás la sentí lejana, al contrario, conocí de su ternura en los momentos más necesarios.

Escuchó mis penas y alegrías, conoció mis secretos y verdades, y también tuvo la generosidad de tener la confianza para contarme cosas que probablemente no comentó con todos. Esa confianza se agradecerá, al igual que su cariño y apoyo que no se quedó solo en palabras, sino en gestos.

Escribo no sin tristeza, pues se fue. Luchó como solo ella pudo hacerlo, sin perder su alegría nunca. Recordaré tu abrazo en ese sábado de abril y las conversaciones que vinieron poco después, las que atesoraré siempre. Recordaré tu simpleza y tus bromas, tu risa contagiosa, tu gusto por los chocolates y tu ternura.

Quedó pendiente el vaso de jugo, la copa de helado en “La Central”, el café en aquel local nuevo, pero afortunadamente no quedó pendiente el decirte todo esto y mucho menos un “te quiero”. Así era mi amiga Cintia, así la extraño ahora y así la recordaré siempre.

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