La Calera despidió a Marco Espíndola, impulsor del teatro en la ciudad

Publicado el at 05/07/2019
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Marco Espíndola hizo de la nada un movimiento artístico y cultural que convirtió los pequeños escenarios y las calles en un lugar de regocijo y reflexión

LA CALERA.- Sólo 54 años vivió Marco Antonio Espíndola Albornoz. Había nacido el 8 de febrero de 1965, en la antigua Maternidad del Hospital de La Calera. Era el menor de los tres hijos de Juan Espíndola Torres y Delia Albornoz Alfaro: María Angélica, Juan Carlos y él. Entonces, su familia vivía en la calle Municipal, luego se fueron a Josefina y de ahí pasaron a la Sicem.

En la Población Sicem su padre, ex trabajador de la fábrica de Cemento Melón, consiguió una casa para la familia. Entonces, Marco Antonio tenía sólo cuatro años y, según su hermana Angélica, “era tranquilo y dueño de una extraña timidez”.

Superó luego su timidez jugando con sus nuevos vecinos, hasta que la llegada de la televisión a su casa cambió su realidad.

Fue el tiempo en que inició su carrera artística: “Inventaba instrumentos musicales y hacía shows a los que invitaba a todos los niños. Con mis hermanos hacíamos la banda que acompañaba a Sandro, que era él, en los espectáculos de la población”, dice María Angélica.

Entró a la Escuela Cemento Melón (hoy San Juan). Era un buen alumno y le gustaban los ramos donde la imaginación pudiera ser parte de las tareas. Allí fue parte de grupos juveniles y se presentó como actor en algunas obras. Su infancia se trastocó, en 1974, cuando su padre fue detenido y torturado por los militares. Cuando su papá volvió, la vida había cambiado para la familia.

EL NIÑO Y EL PADRE

Como si quisiera protegerlo, Marco Antonio se hizo muy cercano a su papá. Juan debió dejar su trabajo en la fábrica, armó un carrito y salió a vender a las calles, acompañado de su hijo de diez años.

Pese a su vocación artística, Marco Antonio estudió Electricidad en la Escuela Industrial. Y tan bien aprendió muy bien el oficio que, a los 19 años, cuando hizo el Servicio Militar, le ofrecieron quedarse. No lo hizo, pues tenía vivo el recuerdo de su padre detenido y torturado. Por esa época, vivió la tragedia de perderlo en un accidente ferroviario. Fue él quien retiró su cuerpo, lo vistió y preparó su funeral.

Pese a que trabajaba como electricista, el teatro le tiraba y fuerte. Entró a la Universidad de Chile, donde escribió sus primeros libretos y participó en grupos que montaron varias obras. Pero quería volver a La Calera donde, desde la nada, inició el movimiento teatral que lo elevó como maestro.

Entretanto, se casó con Francisca Muñoz Alfaro y fue padre de Nataly y Salvador. Marco Antonio Espíndola ya era el personaje que convirtió las calles y los pequeños escenarios de escuelas y salones en salas de teatro.

TEATRO EN LA CALERA

En 1998 creó el Taller de Teatro de la ex Casa de la Cultura Municipal en 1998, cuya primera obra fue “Chile año 2050”. Era el preludio de lo que sería, un año después, la Compañía de Teatro “Tespis”, que representó decenas de obras suyas y de otros autores. Fue la más antigua de la región y una escuela de teatro.

Fuera de los escenarios Marco Antonio enfrentó una tragedia que le dejaría profundas huellas. Al iniciarse el nuevo siglo, un incendio destruyó una casa donde conversaba con el músico Fernando Pérez, de “La Pandilla Tropical”. El fuego mató a su amigo y a él le quemó las vías respiratorias. Sobrevivió, luego de un largo tiempo de hospital, por un milagro en los que no creía. Las secuelas vendrían después.

Durante más de veinte años, presentó obras de teatro, actuó en películas, hizo peñas populares, creó la Fiesta de los Compipas. Hizo un homenaje a los sobrevivientes de los antiguos burdeles, a las prostitutas en retiro, a las luchas populares y también se sumó como columnista de “El Observador”, tribuna desde donde criticó y alabó desde su mirada de artista local.

Su teatro estaba comprometido con la verdad y la justicia. Creó un movimiento cultural que, históricamente, La Calera nunca había vivido. Además recreó el radioteatro y escribió un libro que recopiló todas las leyendas ligadas a La Calera, entre otras cosas. También presidía el Consejo de la Cultura.

SU GRAN TRAGEDIA

Aunque luego del incendio recuperó la voz y tenía una insuficiencia respiratoria y cardíaca que desafiaba a punta de cigarrillos, se le veía declinar lentamente y él lo sabía. Hace unos días publicó un video de un funeral donde bailaban. Escribió en su perfil: “Yo quiero eso. Pero con la cumbia ‘No estaba muerto, andaba de Parranda’ o la del ‘Tite’”.

Marco sabía que la muerte estaba cerca. Vivía con su hermana María Angélica y una tía abuela de 103 años, en la casa de sus padres. El martes 2 -día del eclipse- se levantó abrigado con un chal y puso su cuerpo al escaso sol de invierno. A eso de las diez de la mañana y después de fumarse un cigarro, volvió a su pieza.

Unas horas después, Angélica fue a ofrecerle almuerzo, pero él no abrió la puerta. Ella salió, creyendo que se levantaría luego. Cuando volvió, y el eclipse estaba en su apogeo, forzó la puerta y Marco Antonio estaba en su cama, como si durmiera un buen sueño. Como técnico paramédico supo que su hermano estaba muerto, pero llamó a la ambulancia, cuyo enfermero constató su muerte.

El rumor corrió rápido por la ciudad. La muerte de Marco Antonio dolió transversalmente. Se había aquietado el fuelle de la cultura calerana, el corazón del arte. Como correspondía, lo velaron en el escenario de la sede de la “Sicem”, rodeado de fotografías y pinturas que él hacía. Bajo el cristal su rostro impasible lucía su característica boina, una bufanda y un CD de su hijo Pablo, que escuchará donde vaya. También le cumplieron un pedido especial: “Cuando me muera, que me entierren con las medias rojas que uso para dormir”.

La mañana de ayer se hizo la liturgia fúnebre. El Padre Pedro -a quien Marco Antonio había distinguido como “Compipa del Año” por su enorme voluntad con los pobres- habló de los lugares donde llevaría sus nuevos escenarios. Fue sepultado, con su padre, en el Cementerio de Nogales. Lo despidieron actores y amigos. Su hijo, Pablo Salvador, le cantó su tema “Sueños de Morral”. Cuando su féretro ingresó a la tumba, le dieron un fuerte y largo aplauso que hizo volar las palomas al cielo.

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