Arturo Prat, el enamorado de su quillotana Carmela

Publicado el at 6:12 pm
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Roberto Silva Bijit

“Mi adorado bien, eres el sol de mi vida, la luna que dulce y plácida alumbra el horizonte de mi dicha”, le escribió Arturo Prat a su esposa, la quillotana Carmela Carvajal Briones.

Muy enamorado de ella, le escribe con el corazón: “A veces me parece mentira que voy a llegar a Valparaíso… a arrojarme en tus brazos… estrecharte contra mi pecho… oprimir tus labios y… beber y aspirar tu alma en tus ojos. ¿No me engaño, bien mío? ¿No sueño? No, eres ya mía, mía eternamente, y el uno para el otro siempre viviremos”.

Este es el héroe de la Esmeralda, el Capitán no sólo de la nave inmortal, sino el Capitán del Amor.” “Recibe – le escribe con pasión- mi vida, el más dulce, armonioso y ardiente beso que pueda enviarte tu esposo que tanto te ama. Un estrecho abrazo para mi amante y amada Carmela”. Y después, en otra carta reflexiona: “El amor de amante, de esposa y de madre, tienen como los colores diversos matices, unos más fijos que otros; el primero destiñe fácilmente, el segundo, con dificultad, y el tercero nunca, corazón mío. No te afanes mucho en buscar fuera de ti atractivos para mí, tú los encierras, suficientes y sobrados, y nunca la desconfianza, el desengaño, resfriarán nuestros corazones”.

Lo que pasa es que Prat es muy completo. No se trata de un héroe más de nuestra historia, sino de un hombre excepcional, que fue oficial de Marina y abogado, que fue independiente para pensar respecto del gobierno, al punto de apoyar públicamente al candidato no oficialista de la época. Un oficial capaz de hacerle un juicio a la Armada, su propia institución, para defender la honra de otro oficial. Ganó el juicio.

Cuando todo estaba perdido en Iquique, en vez del camino fácil de rendirse, manda clavar la bandera en el mástil y planifica el abordaje como única forma de lucha con el gigante que lo enfrentaba. Ganó el combate a pesar que perdió el buque… y con él, pidiéndole prestado su honor y su valor, Chile gana la guerra.

En medio de todo eso, el ejercicio del amor como misión fundamental. Con su madre, con su esposa, con sus hijos, con su familia. No exageramos, siguiendo la costumbre tan nuestra que todos los muertos son buenos, al contrario, uno siempre se queda corto. Un historiador norteamericano escribió un libro para referirse a Prat como el “héroe santo”.

Comenzaron a pololear a mediados de 1867. En la libreta de gastos de Arturo se lee: “Flores para C”. A fines de 1868, Prat viaja a Perú para traer a Chile los restos de O’Higgins y otra vez en la libreta de gastos vemos una lista de regalos para Carmela: un costurero y un abanico, ambos chinos. Una cruz de plata y un tarjetero de marfil. Se habían conocido en las tertulias de la familia Chacón. Ambas familias tenían propiedades en Quillota, hasta donde llegaban con frecuencia. El padre de Prat muere en Quillota. Los Prat (Arturo y Carmela) pasan su primer día de luna de miel en Quillota, luego se van a las termas de Cauquenes y vuelven por una semana más a Quillota.

Se casan el 5 de mayo de 1873, es decir, pololearon seis largos años, esperando Arturo ser Capitán de Corbeta para poder casarse. Y también estuvieron casados seis años, que fueron más cortos porque Arturo pasó embarcado gran parte de ese tiempo, sirviendo en distintas misiones que le fueron encomendadas. Tuvieron tres hijos. La primera, Carmela, murió sin que estuviera a su lado su padre, del mismo modo que nació Arturo, sin que ella estuviera acompañada de su marido. A la otra hija la llamaron poéticamente Blanca Estela.

Poco tiempo alcanzaron a vivir juntos, pero Arturo le dio un amor intenso, pleno, profundo. Compartió con ella todo, transformándola en su verdadera compañera de la vida. El Capitán enamorado cierra una carta escribiendo: “Te adoro cada día con más vehemencia. Recibe el corazón apasionado de tu Arturo”.

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