Álvara Salinas Fuenzalida: “Fui la primera alumna de la escuela”

Publicado el at 10:12 pm
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Esta ex vecina de Población Cemento Melón y actual habitante de Población Sicem, fue pionera como alumna de la escuela de las Teresianas en La Calera

A sus más de 90 años, Álvara del Pilar Salinas Fuenzalida tiene una memoria que es un prodigio. Recuerda cada detalle de su larga existencia como si lo hubiera vivido ayer.

Recuerda la Calera de otros tiempos, con sus boliches y “casas de niñas” a la que su padres les prohibía acercarse; la fábrica a la que entraba a buscar a su padre cuando se sentía sola; la ciudadela de la empresa; la construcción de la iglesia San José; y una condición que la hace sentir orgullosa: es alumna pionera de la Escuela Teresa Brown, donde es la única estudiante vigente del primer año, que recuerda en cada detalle, y en calidad de testigo protagónico, con esa memoria de prodigio.

Nació el 6 de diciembre de 1928 en una casa de la breve calle Camilo Henríquez, en el sector oriente de La Calera. Vivió allí (donde también nació su hermana menor) hasta los cinco años.

“Nos cambiamos, porque un tío le regaló a mi papá, que era de Salamanca, una casa y un terreno en calle Carrera”, rememora.

La madre de Álvara murió cuando ella aún era niña. Su padre, que ingresó a trabajar a Cemento Melón, se convirtió en el único dueño de sus afectos.

“Cuando yo andaba por los diez años, en 1938, la empresa nos dio casa en la Población Cemento Melón. Fuimos de los primeros en llegar. La empresa prestaba las casas y no permitían casamientos, velorios y las visitas no podían estar más de tres días”, recuerda, haciendo mención a años donde todo era muy distinto y el lugar era una pequeña ciudadela con sus propias reglas.

“Cerca de la plaza había puertas de tornos y los porteros sólo dejaban entrar a la gente que era de ahí. Hacía abajo todo era río o piedras. Para ir a Quillota o Valparaíso había que ir hasta La Calera y, si no se tomaba el tren, se viajaba por La Palmilla. No había Camino Troncal, pero unos años después, en 1942, comenzaron a hacerlo. También para salir o entrar de la población a la ciudad había tornos”, explica.

Pese a las limitaciones que tenía el ingreso a la ciudadela de la empresa, y más aún entrar a la fábrica, Álvara Salinas confiesa que se las arreglaban para estar cerca de su papá.

A veces con mi hermana Silvia nos sentíamos solas. Entonces, como nos quedaba cerca, nos íbamos de la mano y entrábamos a buscar al Papito. No había portero. Era la antigua fábrica y con hombres que vestían ropas con polvo. Mi padre, que era carpintero, no se enojaba, pero nos decía que no podíamos entrar allí. Igual volvíamos cuando lo echábamos de menos”, comenta sonriendo.

La empresa le entregó una casa en la Población Cemento Melón de la familia de Álvara, que se encontraba en lo que ahora es la avenida Alonso Zumaeta (ex Victoria).

“Ahí crecimos, nos casamos los cuatro hermanos y mi padre se quedó viviendo hasta que jubiló y se cambió, pues la fábrica disponía de las viviendas para los que trabajaban en la empresa. Mi papito murió un tiempo después”.

Pero Álvara no dejó la familia “fabricana”, pues se casó con Pedro Enrique Meneses Tapia, un cementino que estaba a cargo de una especie de bodega de la empresa, que llamaban magazine.

“Los trabajadores iban allí a buscar herramientas para los trabajos en la fábrica y luego devolverlas. Mi marido, que también trabajaba en la limpieza de la población, estaba a cargo de eso. Mi papá iba siempre a buscar clavos y martillos y ahí se conocieron bien. Yo también lo conocí en ese lugar. Me casé con él a los 20 años. Vivimos en Cochranne y en Teresa con Blanco antes de llegar acá. Era difícil que hubiera un cupo para otra familia en las casas de la población, pero nueve años después nos dieron una”, cuenta.

Pedro había entrado a la fábrica a los 16 años. Álvara describe que “mi suegra había quedado viuda y con niños chicos. Una de las visitadoras, que se preocupaban hasta de la ropa de la Primera Comunión, le buscó el puesto en la empresa. Primero como aseador, luego como encargado del magazine y como era bueno para las matemáticas trabajó hasta en administración y en los hornos, cuando la empresa se dividió en Cemento Melón y Aceros Andes. Estaba al lado y ahí jubiló, un par de años antes”.

Alvara y Pedro fueron padres de siete hijos, cinco hombres y dos mujeres y una veintena de nietos y una enorme cantidad de bisnietos que la acompañan desde un cuadro con sus rostros en un una pared de su casa de calle Michimalongo, en la Población Sicem. Allí mantiene en su perfecta memoria la historia de su vida, desde los cuatro años, que dice que la ha disfrutado mucho e intensamente.

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